Somos hermanos en la guerra y en la paz.
No se muy bien por que razón el melodrama
es un género tan popular en casi todo el mundo.
Es notorio que en Latinoamérica, donde la sociedad es aprehensiva y
llorona por tradición, las telenovelas y las series de contenido dramático son
las favoritas del grueso de la gente. Sospecho que ver las tragedias de un
personaje en televisión es una manera de humanizarse a uno mismo y hacer leve
la carga, proyectando los dramas propios en una historia que tarde o temprano
tendrá una resolución, así sea trágica o feliz.
En el terreno de la ficción, la forma más
fácil de explotar el melodrama es concentrarse en el sufrimiento en sí. Es
buscar que el público encuentre una catarsis a través de los ríos de lágrimas y
quejidos del protagonista, generalmente rodeado de gente horrible que goza
haciéndolo sufrir. Pero un buen melodrama es el que le da una dimensión humana
a sus personajes, los “buenos” y los “malos” por igual, y nos lleva a aprender
algo bueno de las calamidades que vemos a lo largo de su historia.
La Tumba de Las Luciérnagas, una película
animada de 1988, dirigida por Isao Takahata, es una de las películas más
tristes que he visto en mi vida. El hecho de ser una animación de estilo anime,
con personajes de ojos enormes y caras tiernas, solo mitiga un poco la cruel
historia que cuenta.
Es la historia de Seita y Setsuko, dos
hermanos que se quedan huérfanos y pierden su casa durante la fase final de la
Segunda Guerra Mundial. Seita, al ser el mayor, se convierte en el protector de
su pequeña hermanita, y lucha por mantenerse y
mantenerla con vida en un Japón destruido y desolado.
La Tumba de las Luciérnagas está basada
en un libro de Akiyuki Nosaka. Es una historia real que a él le tocó vivir
junto con su pequeña hermana, y que escribió como novela para sublimar los
recuerdos de esa experiencia tan difícil.
En palabras de Isao Takahata, esta
adaptación al cine no busca transmitir un mensaje en contra de la guerra, sino
más bien en contra de la insensibilidad humana. Lo vemos claramente en los
intentos infructuosos de Seita al buscar ayuda entre la gente del pueblo,
quienes están muy preocupados por sus problemas personales como para tenderle
una mano.
Pero estas personas no están retratadas
como gente sin corazón, sino como otras de tantas víctimas de la guerra, y en
su camino, Seita y Setsuko también encuentran gente que les ayuda dentro de lo
poco que pueden hacer para mejorar su situación.
Es una muestra de cómo todos los aspectos
de una sociedad se conjugan en medio de una tragedia de grandes proporciones, y
de cómo la hermandad es esencial para la supervivencia, aún entre gente que no
se conoce.
El propio Seita parece, en cierta medida,
el culpable de sus desgracias. De pronto se muestra muy arrogante o ingenuo
como para afrontar la situación de una mejor manera, pero a fin de cuentas es
un muchacho en la pubertad, que tendrá que aprender de sus errores aunque estos
tengan graves consecuencias. La pequeña hermanita es enternecedora a más no
poder. Su función en la historia es tocar de manera maravillosa las fibras
sensibles del público y representar a la parte más débil de las víctimas de un conflicto con el que
nunca tuvieron nada que ver.
La Tumba de las Luciérnagas ha tenido un
impacto profundo en la cultura popular de Japón. Después de esta versión
animada, se produjeron otras dos adaptaciones en acción viva. Una especial para
la televisión en 2005 y una para los cines en 2008. Sin embargo, la fuerza que
tiene la versión de Takahata proviene precisamente de la expresividad de los
personajes animados. Hay momentos de calma y de risas entre ambos hermanos que
le dan un buen balance a la historia, y en esos momentos la animación llega a
un nivel de belleza admirable.
La Tumba de las Luciérnagas puede ser
difícil de ver para mucha gente, pero es una película imperdible, que te deja
reflexionando un buen rato. Es una película que toca inquietudes profundamente
humanas, y debe ser por eso que tanto los fans del anime como los eruditos del
cine coinciden en que esta película es un verdadero clásico.
Por Abel
www.echalecacaro.com
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